En contra de lo habitual, este artículo está redactado en primera persona.
Hace unos días murió la que, hasta ahora, es la única persona de mi entorno que ha fallecido por Covid19. Que no fuera un familiar directo o un amigo cercano no me ha impedido sentir desazón y tristeza. Por probabilidad y estadística era altamente probable que alguien cercano a mí muriera a causa del virus. Pero saberlo de antemano no me sirve de consuelo, es una bofetada de realidad que duele mucho.
Este apunte personal no es gratuito, es necesario para poner lo que quiero decir en contexto, porque a estas alturas del texto quizá te estés preguntando qué tiene que ver esto con el diseño y la comunicación (spoiler: bastante). La conexión viene con la degradada comunicación institucional y como ejemplo pondré el Cartel de Fiestas del Pilar, un tema que ya ha aparecido anteriormente (aquí) y que vuelvo a traer a este espacio porque ejemplifica a la perfección la «nueva normalidad» de la comunicación que nos trae el sector público y que tenemos que soportar.
Como cada año, en febrero de este 2020, el Ayuntamiento de Zaragoza convocaba el concurso para el Cartel anunciador de Fiestas del Pilar. Y como cada año, hay un punto reservado en sus bases para lo que llamaríamos «briefing de diseño»:
- 3. Los trabajos presentados deberán reflejar inexcusablemente los valores que se expresan para las Fiestas del Pilar, centrados principalmente en la participación, la accesibilidad universal a la fiesta y a la cultura, la igualdad, las buenas prácticas y el consumo responsable, la fiesta, la tradición y la proyección exterior de la ciudad. Estos objetivos se plasmarán en la composición de los trabajos, reflejando un espíritu festivo con marcada orientación publicitaria y artística y de promoción, tanto de las fiestas anunciadas como de la propia ciudad de Zaragoza.
Tres semanas después de la publicación de las bases, se posponía la entrega de carteles por causas de sobra conocidas: coronavirus. Una vez finalizado el confinamiento, casi dos meses después, se volvieron a publicar unas nuevas bases, con una nueva redacción que contemplaba la entrega de propuestas en soporte digital, evitando así la entrega de soportes físicos. Hasta aquí, todo normal… o no. El 7 de mayo de 2020, último día del plazo de entrega de carteles, en España ya habían fallecido por coronavirus más de 26.070 personas (según datos del diario El País), 618 en Zaragoza. Por entonces comenzábamos a ver claro que nos esperaban varios meses de restricciones y, casi con toda seguridad, una forma de socializar muy diferente y reducida que prácticamente impedía la celebración de eventos masivos. Lo clamoroso es que a nadie de la corporación se le ocurriera modificar el punto 3 de las bases. ¿Acaso era tan necesario que el cartel reflejase «un espíritu festivo» con la que estaba cayendo?
A pesar de la escasa transparencia que hay en la elección del jurado, el veredicto se resolvió el 4 de junio siguiendo estrictamente las bases: dos carteles finalistas y una obra ganadora, ambas «de espíritu festivo». No entraré a valorar la calidad técnica de esta selección de propuestas (eso daría para otro artículo), sino la evidente falta de ética, tacto y sensibilidad a la hora de construir una herramienta de comunicación eficaz y al servicio de la ciudadanía. Tanto por parte del Ayuntamiento de Zaragoza, incapaz de gestionar la reputación de marca del evento más masivo que tiene lugar en la ciudad, ni de un numeroso jurado que no supo ver, en sus deliberaciones, más allá de la fiesta, la celebración, y los aplausos de balcón.
Imagino al jurado poco motivado a cambiar el rumbo de unas bases que, personalmente, me parecen totalmente equivocadas y distorsionadas por el sesgo político, y por la necesidad de abanderar un placebo de optimismo. También imagino el sistema de votaciones, numérico y ponderable, sin valorar la calidad temática –por no hablar de la calidad intelectual– de las propuestas.
Por desgracia, el cartel de las fiestas del Pilar no es una excepción, es la norma. La pandemia ha desatado un sinfín de mensajes ultraoptimistas, los consabidos: «todo saldrá bien», «lo haremos juntos», «saldremos más fuertes» y demás golosinas de escaso valor nutritivo que no amargan a nadie. Estos mensajes hiperglucémicos, rellenos de pensamiento positivo, es el lenguaje que los políticos nos dan, donde más vale decir que «todo saldrá bien» que enfrentarse a la realidad del monstruo.
Ha llegado octubre, su festivo día 12, con las fiestas del Pilar canceladas. Queda patente que la elección y el enfoque del concurso no fueron buenos. Donde podríamos encontrar una imagen de empatía y esperanza, hay confeti y brilli brilli. Donde deberíamos reconectar con la ciudadanía, hay un cartel que ha nacido muerto, y un videojuego para que podamos hacer una ofrenda de flores virtual (un proyecto que, por cierto, no nos ha costado nada barato a los zaragozanos).
Como cada año, el Ayuntamiento de Zaragoza desperdicia la ocasión de hacer del Cartel de las Fiestas del Pilar una seña de identidad, calidad y orgullo de la ciudad. Demasiadas prisas por pasar página y algo de desidia, eso nos queda. Eso y el confeti. Ojalá tapar el dolor fuera tan fácil como lanzar confeti de colores, pero dudo que haya suficiente confeti en el mundo para tapar la tristeza y el hueco de los que nos han dejado. Si todos los zaragozanos, como el que escribe estas líneas, ha sufrido la pérdida de alguien merecedor de cariño, seguiremos teniendo poco que celebrar. Mientras tanto, como ciudadano, miraré esos trocitos de papel caer, mientras pienso en lo que nos tocará barrer cuando acabe la «fiesta».
V. M.